Ataque de pánico: un cuerpo que grita ser escuchado
  
Mareos, ahogos, palpitaciones, sudoración, ideas de muerte, de pérdida de control, angustia… son algunos atributos de un cuadro instalado en el lenguaje cotidiano: ataque de pánico.
Si bien en la actualidad está más vigente, no se trata de algo nuevo: ya Freud, el fundador del psicoanálisis, describía y estudiaba estos malestares, cercanos a lo que en aquel tiempo denominaba como neurosis de angustia.
Hoy los avances de la ciencia, ocasionaron en alguna medida la homogeneización de los padecimientos: a tales síntomas se corresponde tal diagnostico, en respuesta a ello se hace foco en controlar y silenciar estas sensaciones como si fueran independientes, aisladas de la persona que las sufre, como un cuerpo extraño a extirpar.
Si bien posee efecto tranquilizador encontrar un nombre a este terror excesivo, sin causa aparente que amenaza la calidad de vida -pues saber qué se tiene es enmarcarlo en una categoría, e ilusiona con dominarlo- toda clasificación deja de lado que ese sufrimiento se encuentra entramado de forma singular en la historia de cada paciente. El diagnóstico, y la respuesta rápida de recurrir a la medicación por sí sola para restablecer el equilibrio, obturan la palabra de quien sufre.
Por supuesto que la cultura, la sociedad y la época en la cual vivimos influye en la aparición de algunas problemáticas, pero incluso el impacto de estos factores es peculiar en cada individuo.
El ritmo y la rutina diaria nos llevan a realizar casi automáticamente los mismos movimientos, los mismos recorridos, las mismas acciones día a día, repetidamente, sin pensar, casi como reflejos. Nos creemos una voluntad que domina nuestro cuerpo, que tenemos el control. Hasta las mismas redes sociales ofrecen palabras a nuestras emociones para decir cómo nos sentimos y expresiones en simpáticos emoticones. Todo tiende a igualarnos. Las palabras para nombrar lo que nos pasa nos vienen de afuera, lo corporal se resiste, pide detenerse y escucharse a uno mismo.
Desde el psicoanálisis sostenemos que la mejor manera de intervenir en el síntoma es, en principio, hacerlo hablar: poner en palabras, usarlas como amarre -en diálogo con otro- de aquello que desborda. Y utilizar como apoyatura el lazo con un otro que me escucha.
No se trata del cuerpo en términos generales, igual para todos, sino que aquello que se expresa y aparece en él tiene un sentido particular e íntimo para cada paciente. El pánico nos convoca a atender lo que ese cuerpo único tiene para decir. Más que controlar, lo cual remite a algo que hay que tener dominado, susceptible de excederse o reincidir, afirmamos que solo se puede hacer propio lo que se inserta en la propia historia.


Lic. Andrea Romero
Psicóloga - MN 48329
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