¿Por qué mentimos los seres humanos?
  
Se calcula que cada día oímos o leemos más de 200 mentiras, muchas de ellas creación nuestra. Porque en el fondo los seres humanos somos unos redomados mentirosos que necesitamos aparecer lustrosos ante los demás para que nos acepten y creernos nuestras propias fabulaciones para que no detecten que mentimos.

Los humanos mentimos. Y mucho. La primera acción del ser humano, según el relato bíblico, fue mentir o dejarse engañar por una mentira. Y después, manifestar un gran sentido de culpa, disimular cubriendo sus cuerpos desnudos y echar la culpa a otros. Aunque quien en realidad mintió fue la serpiente, “el animal más astuto”.

Los animales también mienten
Efectivamente, el engaño tiene una larga y documentada historia en la evolución de la vida social de los humanos. No solo ellos: también los animales mienten. Cuanto más sofisticado es el animal, más comunes son sus juegos de engaño y más ladinas sus características. Los chimpancés y orangutanes son grandes simuladores. Richard Byrne y Nadia Corp, de la Universidad escocesa de St. Andrews, descubrieron una relación directa entre el tamaño del cerebro y el carácter furtivo de los primates: a mayor volumen promedio de la neocorteza de los primates, mayor es la posibilidad de que el mono o simio protagonice una maniobra de distracción. Por ejemplo, cuando un joven mandril era perseguido por su madre furiosa, decidida a castigarlo, el animal interrumpía repentinamente su marcha, se erguía y comenzaba a mirar el horizonte con atención… para distraer a todo el grupo e incitarlos a prepararse para la llegada de intrusos inexistentes.

Y si los monos ocultan intenciones, hay reptiles que hinchan sus membranas para parecer más grandes y peligrosos. Es la estrategia zoológica del camuflaje (el oso polar de color blanco se confunde con la nieve) o del disimulo (las leonas se ocultan tras las hierbas y eluden los ojos de su víctima, para engañar a su presa).

El origen de nuestras mentiras
Mentir es una habilidad que crece en lo más profundo de nosotros y que utilizamos con regularidad. Robert Trivers, profesor de Psicología en la Universidad de Harvard y de Antropología y Ciencias biológicas en la de Rutgers, resume que los humanos somos unos mentirosos redomados aunque no seamos conscientes de nuestras fabulaciones. De hecho, la mayoría de ellas no son intencionadas sino que forman parte de un peculiar mecanismo evolutivo que nos ha permitido obtener ventajas sustanciales y múltiples beneficios.

Y a veces negamos la evidencia. Pero mentir parece un elemento intrínseco de la naturaleza humana. Mentimos porque funciona. Los primitivos que mejor mentían obtuvieron ventaja sobre otros en la implacable lucha para el éxito reproductivo. Como humanos, nos diferenciamos para destacar. Y mentir ayuda en esa tarea. Y mentirnos a nosotros mismos –algo que es más fácil que mentir a otros– nos ayuda a aceptar este comportamiento fraudulento: creer nuestras propias historias, nos ayuda a ser más persuasivos. ¿Por qué?

Mentir tiene sus riesgos, pues emitimos una serie de señales que pueden delatarnos: automáticamente elevamos el tono de voz y nuestro cuerpo se tensa.

Si mentimos inconscientemente, esto no ocurre: “Tu voz será igual, porque tu cuerpo no se está tensando, ya que crees que no estás mintiendo”, asegura Trivers. Y nadie puede pillarnos. Por eso el autoengaño es, en definitiva, un ingenio evolutivo que utilizamos para evitar que nos atrapen.

Mentimos no solo de palabra, sino con otras muchas formas no verbales: para disfrazar nuestra verdadera apariencia y nuestro olor corporal usamos maquillaje, artículos para el cabello, cirugía estética, ropa y otras formas de adornos y fragancias. Y lloramos “lágrimas de cocodrilo”, ofrecemos sonrisas insinceras, fingimos orgasmos y decimos frases que raramente sentimos como “que tengas un buen día”.


Las mentiras de los seres humanos
Los humanos nos mentimos unos a los otros de forma crónica y con aplomo. Bella DePaulo, profesora de la Universidad de Santa Bárbara, investigó sobre “las mentiras de nuestra vida diaria”: pidió a 147 personas que llevaran diarios anónimos durante una semana en los que dejaran asentado los cómos y porqués de cada mentira que decían. Resultado: los estudiantes universitarios decían un promedio de dos mentiras por día y el resto de personas una. Las mentiras podían ser incluidas en la categoría de ‘mentirijillas’, aunque también hubo confesiones de adulterio, de trampa a un empleador o de haber mentido para proteger a un jefe al prestar testimonio como testigo en un juicio. Preguntados sobre cómo se habían sentido al haber mentido, muchos admitieron sentirse perseguidos por la culpa, pero otros confesaron que, cuando se dieron cuenta de que el embuste les había salido bien, lo hicieron una y otra vez.

Además, parece que para los humanos mentir es demasiado fácil: lo hacemos con frecuencia y lo detectamos con seguridad. En más de cien estudios, los investigadores formularon a los participantes preguntas del tipo de “la persona que ves en el vídeo, ¿miente o dice la verdad?”. La mayoría de las personas daba la respuesta correcta, por lo que sabemos detectar cuándo una persona miente o cuándo no.

De hecho, algunos investigadores creen que nuestra ceguera frente a la mentira responde al deseo de los seres humanos de ser engañados: preferimos una fábula cuidadosamente armada antes que la cruda verdad, sobre todo si va en contra de nosotros mismos.

La sinceridad de los seres humanos
Investigadores de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y de Quebec en Montreal buscaron las causas de por qué la gente se muestra sincera. Partían de que lo único que motiva a la gente es su propio beneficio material: “siempre diremos la verdad si nos conviene materialmente y mentiremos si no es así”. Pero a veces las personas dicen la verdad aunque les suponga un coste material. Por eso tuvieron en cuenta la hipótesis de que “la gente es sincera porque lo ha interiorizado, y lo contrario les hace sentir una emoción negativa como la culpa o la vergüenza, lo que conocemos como aversión pura a la mentira”. Y tuvieron también en cuenta otras motivaciones como hipótesis: el altruismo, la conformidad con lo que pensamos que el otro espera que digamos, o el compromiso y el deseo de no defraudar las expectativas del otro.

En su experimento, se planteaba el dilema de mentir para ganar más dinero o no hacerlo a costa de ganar menos, ya que se daban unos pagos monetarios dependiendo de lo que se decidiera: mentir o decir la verdad. El resultado fue que el 40% de la gente decía siempre la verdad, o sea, era adversa a la mentira y no se dejaba llevar por su propio beneficio material.

Los expertos introdujeron también otras variables y descubrieron que ni la tendencia religiosa, ni el género, ni la preferencia política se relacionaban con ser honesto, pero sí encontraron esa relación con el tipo de estudios: la gente de Económicas y de Empresariales mentía más.

Los autores analizaron además las expectativas de la gente que dice siempre la verdad y de los mentirosos. “Vimos que la gente honesta cree que los demás son honestos, mientras que los que son deshonestos creen que los demás también van a mentir.”

Qué ganamos con mentir
A veces mentimos para ocultar al otro algo que no queremos que sepa, pero también por conveniencia, diplomacia, para dar una buena primera impresión o para evitar explicaciones innecesarias y engorrosas. Incluso parece que mentir es esencial para nuestra supervivencia social y para tener un desarrollo cognitivo sano: los niños comienzan a mentir entre los dos y tres años, a veces alentados por sus padres que les animan a tener comportamientos corteses (agradecer un regalo no deseado, por ejemplo) como parte de la adaptación al entorno social. Niños y adultos pueden mentir también para evitar ser castigados por su comportamiento o para impresionar a otros sobre acciones que no han realizado.

Algunos estudios han demostrado que los niños de 4 años mienten al menos una vez cada dos horas, y los de 6 mienten aproximadamente cada 90 minutos. A partir de los 7 años, el niño asimila el hecho de que tiene pensamientos secretos que no necesitan ser revelados, y aprende a poner falsas caras o a expresar falsas emociones para hacer creíble su mentira.

Robert Feldman, profesor de Psicología de la Universidad de Massachusetts, mostró con qué facilidad nuestras conversaciones más casuales están plagadas de verdades incompletas. Para ello, pidió a dos desconocidos que sostuvieran una conversación informal durante 10 minutos y que después escucharan la grabación. Los participantes manifestaron que habían sido completamente sinceros en la conversación, pero quedaron asombrados al ver cuánto podían mentir en apenas 10 minutos: el 60% mintió en al menos una ocasión y había un promedio de casi tres declaraciones intencionalmente falsas.

Otros estudios muestran que el 80% de los que responden las encuestas psicológicas mienten para mostrarse más inteligentes y atractivos. Una encuesta realizada en el Reino Unido en vísperas de la sexta temporada de la serie The Big Bang Theory mostraba que la mayoría de la gente recurre a la ‘mentira piadosa’ para referirse a su nivel de educación y bagaje cultural. Como animales simuladores, el 53% de los encuestados reconoce usar indicadores sociales de intelectualidad (gafas o trajes formales) ante la necesidad de parecer especialista en todas las áreas. En su desesperada persecución de una imagen refinada, el 52% adorna sus estantes con libros que nunca ha leído. Y el 11% miente sobre su puesto de trabajo y rango profesional. Es más: fingimos ser intelectuales para parecer más atractivos sexualmente a las parejas potenciales: dos tercios afirman que los atrae el intelecto, y el 70% dice que prefiere la inteligencia a la belleza de su pareja. O sea, “realizamos enormes esfuerzos para causar la impresión de que somos más inteligentes de lo que realmente somos”, resume el especialista en psicología del comportamiento Jo Hemmings.



Motivos por los que mentimos
David Livingstone, de la Universidad de Nueva Inglaterra (EEUU), resume que “mentimos de forma espontánea igual que respiramos o sudamos”. Y recuerda que el ser humano es el único animal capaz de engañarse a sí mismo, pues mentir tiene sus ventajas.

Algunas de las razones más comunes (e incluso razonables) para mentir son:

  • Para quedar bien o para excusarse.
  • Para obtener lo que quiere.
  • Para no perder ciertos derechos.
  • Para dar una mejor imagen de sí mismo.
  • Para ganar respeto en un grupo nuevo.
  • Para ser tratado de manera diferente.
  • Para no ser rechazado o castigado.
  • Para influir en la percepción que alguien tiene sobre nosotros y cuya atención deseamos o queremos evadir.
  • Para dar mejor imagen de nosotros mismos (hombres) o para hacer a la otra persona sentirse mejor (mujeres).
  • Para defender nuestra autoestima (los extrovertidos mienten más que los introvertidos).
  • Proteger nuestra intimidad o la de otras personas, para resolver situaciones incómodas utilizando el ‘tacto’, o simplemente para quedar bien.
  • Para escabullirnos ante una respuesta que desconocemos y librarnos de la vergüenza de reconocerlo.
  • Para ahorrar o ganar tiempo o dinero.
  • Para postergar decisiones.
  • Para no lastimar los sentimientos de otros y no hacerlos sufrir con la verdad.
  • Para sentirnos mejor sobre nosotros mismos.
  • Para dar una buena impresión ante el otro.
  • Para hacer que luzca más un currículo.
  • Por no saber reconocer ciertos tipos de verdades (como las científicas o las paradojas matemáticas).
  • Para salir rápidamente de un problema.
Confesar la mentira
Aldous Huxley lo resumió muy bien: “Una verdad sin interés puede ser eclipsada por una falsedad emocionante”. Por eso los engaños nos suelen acompañar en nuestra vida pública y privada.

El catedrático de Psicobiología Martínez Selva señala dos tipos de mentirosos: el fabulador y el sinvergüenza. “El fabulador es alguien acostumbrado a contar mentiras a lo grande y en todos los ámbitos: se reinventa aunque lo hayan descubierto antes; el sinvergüenza intenta lograr una ventaja para alcanzar un objetivo que no puede conseguir o que no tiene la seguridad de lograrlo”.

Pero mentir es un acto consciente, aunque no todo el mundo es capaz de hacerlo. El filósofo Alexander Pope aseguraba que “el que dice una mentira no sabe qué tarea ha asumido, porque estará obligado a inventar veinte más para sostener la certeza de esta primera”. O sea, para mentir hay que tener memoria; si no, la mentira se acaba volviendo en tu contra… Y no todo el mundo es capaz de sobrellevar el peso de la culpa, por lo que al final uno se ve obligado a confesar.

En los últimos tiempos, diversos personajes públicos se han visto obligados a confesar sus falacias: el ciclista Lance Armstrong reconoció que se había dopado después de sostener lo contrario durante más de 10 años, la barcelonesa Alicia Esteve se inventó ser una superviviente de los atentados del 11-S, Enric Marco fingió ser un preso del nazismo. Y antes, Richard Nixon, Bill Clinton, Tiger Woods, Anna Anderson o Ana Rosa Quintana y otros muchos fueron mentirosos que tuvieron que confesar públicamente su gran engaño. ¿Y los políticos de los que todo el mundo habla? ¿Y los economistas? Eso es harina de otro costal...

HERMINIO OTERO | Educador y escritor
 
Director, Propietario y Periodístico:
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