El Alzheimer se originaría por todo el organismo y no sólo en el cerebro
  
El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa, es decir, causada por una destrucción progresiva de las neuronas cerebrales. Una enfermedad que se corresponde con el tipo más común de demencia –constituye en torno al 60-70% de todos los casos de demencia, para un total de 30 millones de afectados en todo el planeta– y que, sin embargo, parece no tener un origen meramente ‘cerebral’.

De hecho, y como muestra un nuevo estudio dirigido por investigadores de la Universidad de la Columbia Británica en Vancouver (Canadá), una gran parte de la proteína beta-amiloide que se acumula en el cerebro se produce en distintas partes del organismo.

Un descubrimiento ciertamente significativo dado que abre la puerta al desarrollo de fármacos para ralentizar o detener la progresión del Alzheimer que, en lugar de actuar directamente sobre el cerebro, lo hagan sobre otros órganos mucho más accesibles –fundamentalmente el hígado y los riñones– y destruyan la proteína antes de llegar a su destino.

Weihong Song, director de esta investigación publicada en la revista Molecular Psychiatry, explica que «la barrera hematoencefálica se debilita según envejecemos. Un debilitamiento que podría permitir una mayor infiltración de beta amiloide en el cerebro, suplementando así la que se produce en el propio cerebro y acelerando el deterioro neuronal».

La proteína beta-amiloide cumple numerosas funciones básicas en el organismo. El problema es que cuando adquieren una estructura errónea, estas proteínas se adhieren entre sí formando fibras que, a su vez, se agregarán en oligómeros y placas de beta-amiloide, altamente tóxicas para las neuronas.

De hecho, según sugieren numerosos estudios, estas placas son responsables de la muerte de las células cerebrales que desencadenan la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, esta proteína no es exclusiva del cerebro, sino que se produce por todo el cuerpo. Entonces, ¿es posible que la proteína beta-amiloide de origen ‘extra-cerebral’ esté también colaborando en la aparición y progresión del Alzheimer?

Para responder a esta pregunta, los autores recurrieron a una técnica denominada ‘parabiosis’, en la que dos seres vivos son unidos quirúrgicamente para conformar, cual siameses, un ‘único organismo’ que comparte los sistemas fisiológicos de sus dos predecesores. Y en este caso, utilizaron dos ratones y los ‘cosieron’ para crear un ‘único ratón’ con un sistema circulatorio compartido.

El primero de los ratones era totalmente normal y, por tanto, incapaz de desarrollar la enfermedad de Alzheimer. Sin embargo, el segundo ratón había sido genéticamente manipulado para portar una mutación genética responsable de la producción de altos niveles de proteína beta-amiloide.

Tal es así que, transcurridos varios meses, presentaba una gran cantidad de placas de beta-amiloide en su cerebro. Y llegado este momento, fue ‘cosido’ a su homónimo ‘sano’ durante un año, lo que provocó que los cerebros de ambos animales acabaran compartiendo la enfermedad.

Song indicó que, «además de en el cerebro, la beta-amiloide se produce también en las plaquetas, los vasos sanguíneos y los músculos, y su proteína precursora se encuentra en numerosos órganos. Y en este contexto, nuestros resultados muestran que la beta-amiloide viajó desde los ratones genéticamente modificados a los cerebros de sus ‘compañeros’, en los que se acumuló y comenzó a generar un daño».

Es más; tras varios meses de parabiosis, los cerebros de los animales ‘sanos’ también mostraron otros signos de la enfermedad de Alzheimer, caso de la presencia de ovillos neurofibrilares, de degeneración celular, de inflamación y de microhemorragias. Asimismo, la capacidad de transmisión de señales eléctricas implicadas en la memoria y en el aprendizaje también se vio dañada. Y para ello solo hizo falta que transcurrieran cuatro meses.

En definitiva, la enfermedad de Alzheimer se origina a partir de la acumulación de proteína beta-amiloide procedente de múltiples partes del organismo, por lo que podría también ser tratada con fármacos que, más allá del cerebro, actúen sobre diferentes órganos. Sería el caso, por ejemplo, de moléculas capaces de unirse a la proteína para que pueda ser eliminada a través del hígado o los riñones.

«No ha sido hasta estos experimentos cuando ha quedado claro que la beta-amiloide que se produce fuera del cerebro contribuye al Alzheimer. Está claro que el Alzheimer es una enfermedad del cerebro, pero necesitamos prestar atención al conjunto del organismo para comprender de dónde viene y cómo pararla», concluyó Weihong Song
 
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