Por qué comemos más cuando atravesamos una crisis de angustia
Muchísima gente recurre a la comida como vía de escape ante el estrés y problemas amorosos, laborales y/o económicos y la pregunta es, ¿por qué la ansiedad escapa por ahí?
Hay quienes se descargan comiendo a veces, pero muchos otros recurren a ese método para frenar las angustias todo el tiempo. Según los especialistas a partir de un estudio de la University College de Londres, concluyeron que el ambiente familiar es la principal causa del desarrollo de ese "apetito emocional" y que no tiene nada que ver con lo genético.
La investigación, publicada en la revista especializada Pediatric Obesity que analizó la relación entre las emociones y el comportamiento alimentario de casi 400 gemelos y mellizos británicos, sugiere que el comportamiento de padres y madres es clave para estos procesos que se desarrollan en la temprana infancia.
Entre las prácticas que destacan como contraproducentes está la de consolar al pequeño o la pequeña dándole su comida o golosina preferida. También el estrés en la casa influye y cuán relajados se alimentan a diario.
La Dra. Clare Llewellyn sostiene que algunos padres, "en lugar de encontrar estrategias más positivas para regular sus emociones, utilizan la comida. Una tendencia a querer comer más en respuesta a emociones negativas podría ser un factor de riesgo para el desarrollo de la obesidad".
Esta investigación tira por tierra a otros descubrimientos ya vetustos que indicaban que ciertos comportamientos alimentarios en la infancia temprana estaban influenciados por la herencia genética.
Los investigadores indican además que la tendencia a utilizar la comida como vía de escape emocional se empieza a desarrollar en los años preescolares y que el "apetito emocional" es "una característica persistente" que puede mantenerse a lo largo de toda la vida.
"Los trastornos de la alimentación son enfermedades mentales complejas y nunca tienen una sola causa", dijo una fuente al diario BBC y agregó que, según la organización, algunas personas sí tienen una predisposición genética que los hace más vulnerables ante los trastornos alimentarios, y para estas personas el estrés o un disgusto emocional puede ser un desencadenante".
Lo importante, recomiendan todos los y las especialistas, es "reconocer y separar las emociones de lo que comes" y además, sugieren, escribir en una libreta lo que se come y cómo se siente cada uno en ese momento.
Además sugieren plantearse algunas preguntas para que, en la respuesta, el paciente encuentro la calma.
Algunos de los cuestionamientos para plantearse:
✔ ¿De verdad tengo hambre o solo quiero cambiar cómo me siento?
✔ ¿Qué emociones me están llevando a comer más de lo que necesito?
✔ ¿Hay desencadenantes recurrentes?
✔ ¿Cuándo emergen las emociones que me resultan problemáticas?
✔ ¿Cómo me siento después de haber cedido a ese impulso?
✔ ¿Me hace sentir más fuerte o más débil?
Hay quienes se descargan comiendo a veces, pero muchos otros recurren a ese método para frenar las angustias todo el tiempo. Según los especialistas a partir de un estudio de la University College de Londres, concluyeron que el ambiente familiar es la principal causa del desarrollo de ese "apetito emocional" y que no tiene nada que ver con lo genético.
La investigación, publicada en la revista especializada Pediatric Obesity que analizó la relación entre las emociones y el comportamiento alimentario de casi 400 gemelos y mellizos británicos, sugiere que el comportamiento de padres y madres es clave para estos procesos que se desarrollan en la temprana infancia.
Entre las prácticas que destacan como contraproducentes está la de consolar al pequeño o la pequeña dándole su comida o golosina preferida. También el estrés en la casa influye y cuán relajados se alimentan a diario.
La Dra. Clare Llewellyn sostiene que algunos padres, "en lugar de encontrar estrategias más positivas para regular sus emociones, utilizan la comida. Una tendencia a querer comer más en respuesta a emociones negativas podría ser un factor de riesgo para el desarrollo de la obesidad".
Esta investigación tira por tierra a otros descubrimientos ya vetustos que indicaban que ciertos comportamientos alimentarios en la infancia temprana estaban influenciados por la herencia genética.
Los investigadores indican además que la tendencia a utilizar la comida como vía de escape emocional se empieza a desarrollar en los años preescolares y que el "apetito emocional" es "una característica persistente" que puede mantenerse a lo largo de toda la vida.
La polémica
Por otro lado, debido a este estudio, la organización británica de apoyo a familias de pacientes con trastornos alimentarios Beat denunció que no hay que culpar a los padres por los trastornos de alimentación de sus hijos.
"Los trastornos de la alimentación son enfermedades mentales complejas y nunca tienen una sola causa", dijo una fuente al diario BBC y agregó que, según la organización, algunas personas sí tienen una predisposición genética que los hace más vulnerables ante los trastornos alimentarios, y para estas personas el estrés o un disgusto emocional puede ser un desencadenante".
Lo importante, recomiendan todos los y las especialistas, es "reconocer y separar las emociones de lo que comes" y además, sugieren, escribir en una libreta lo que se come y cómo se siente cada uno en ese momento.
Además sugieren plantearse algunas preguntas para que, en la respuesta, el paciente encuentro la calma.
Algunos de los cuestionamientos para plantearse:
✔ ¿De verdad tengo hambre o solo quiero cambiar cómo me siento?
✔ ¿Qué emociones me están llevando a comer más de lo que necesito?
✔ ¿Hay desencadenantes recurrentes?
✔ ¿Cuándo emergen las emociones que me resultan problemáticas?
✔ ¿Cómo me siento después de haber cedido a ese impulso?
✔ ¿Me hace sentir más fuerte o más débil?