Angustia, miedo y culpa, sentimientos que acompañan a las personas con COVID-19
  

El miedo a la aparición de nuevos síntomas, la angustia ante el agotamiento físico y la culpa de contagiar a seres queridos son los sentimientos más comunes de quienes tienen coronavirus, lo que hace que -más allá de la gravedad física- la enfermedad se transite de una manera "más traumática" que otras, aseguraron pacientes y especialistas, al conmemorarse el 10 de octubre el Día Mundial de la Salud Mental.

Rosa Bustos, de 46 años, relató a Télam su experiencia con la COVID-19, cuyos síntomas se le manifestaron hace ya más 2 meses, el domingo 2 de agosto. "Amanecí congestionada y con un poco de cansancio. Tomé té con limón y no me preocupé porque yo no salía para nada y cuando lo hacía era con cuidados extremos, con barbijo, máscara y uso de alcohol, pero al día siguiente amanecí con fiebre y sin olfato".

Ante esta situación se presentó a la guardia y la hisoparon. "Cuando me dieron el resultado me angustié mucho, no entendía cómo podía estar infectada. Al hacerme la placa apareció que tenía neumonía, pasé un día en terapia, pero después como el cuadro no era grave me derivaron a un hotel para hacer el aislamiento", contó.

Durante 5 días Rosa permaneció sola en su habitación, solamente tenía contacto con personas que controlaban sus síntomas y le daban comida, todos con los equipos de protección personal, por lo que ni siquiera lograba ver bien sus rostros.

"Es desesperante, comencé a sentirme cada vez peor, sentía un cansancio inexplicable en el cuerpo, puntadas en el pecho, sensación de ahogo, palpitaciones, todo eso me hacía sentir más angustiada y con más miedo", recordó.

María Calabrese, integrante de la Asociación Psicoanalítica Argentina, explicó a Télam que "a los seres humanos nos altera muchísimo la incertidumbre y esta enfermedad todavía viene acompañada de muchas preguntas como por qué afecta tanto a algunas personas y a otras no, qué secuelas va a dejar en los organismos, entre muchísimas otras".

En ese contexto "la culpa aparece también como un componente recurrente que agrava la sensación de angustia y malestar. Culpa por haberse infectado, como si eso fuera consecuencia de haber hecho algo mal, y sobre todo culpa por el temor de contagiar a los seres queridos", continuó.

La especialista enfatizó que "todos estos componentes que rodean la pandemia hacen que, aún en el caso de que la enfermedad se transite con síntomas leves, no es lo mismo que tener otra patología, es decir no es una 'gripecita'".

Laura González, reportera gráfica, de 35 años, relató que por su trabajo sabía que tenía un grado de exposición un poco mayor que el resto de las personas, ya que circula por hospitales con alta carga viral, estaciones de trenes o centros de trasbordos de pasajeros, y en su caso el contagio llegó con síntomas leves a los que no asoció con coronavirus.

"Cuando me dan el resultado y me dicen que es positivo lo primero que hice fue un repaso de con quién había tenido contacto los últimos días para poder avisar a esas personas, pero la angustia vino al ponerme a pensar hacía cuánto estaba con síntomas y darme cuenta de que yo estaba congestionada hacía muchos días y que lo había asociado con alergia porque no tenía ni tos, ni falta de aire, ni pérdida de olfato o gusto, ni fiebre", contó.

"Recordé que había ido a una olla popular que hacemos en el barrio, con barbijo y con los cuidados necesarios, pero había estado con muchas personas, algunas mayores o con enfermedades de base y eso me generó muchísima culpa por pensar que sin querer pude haber contagiado a alguien", señaló González invadida por la culpa.

"Tengo un hijo de 10 años que estaba con su papá cuando comenzaron los síntomas, así que por ese lado me quedé tranquila porque no lo había contagiado; pero cuando se enteró me dijo que era obvio 'que me iba a infectar porque voy 'de hospital en hospital'", recordó.

Todas estas inquietudes la llevaron a transitar los primeros días después del diagnóstico con "muchísima angustia y preocupación", manifestó.

El psicólogo Gustavo Amestoy, integrante de Espacio Plenus, dijo a Télam que "es una enfermedad que se cursa de una forma solitaria, diferente al resto, porque el primer requisito es que hay que aislarse, a diferencia de cualquier otra patología en la que, por el contrario, es cuando más nos acompañan".

El especialista enfatizó que "de las y los pacientes que hemos atendido con COVID-19 la culpa estuvo presente en todas y todos, y derivado de esto la angustia de pensar que 'puedo contagiar a otro que la pase mal'".

Amestoy también identificó que "quienes tienen un diagnóstico confirmado desarrollan algunos pensamientos obsesivos y tienen pesadillas recurrentes; el hecho de no saber si al día siguiente podés necesitar un respirador genera una incertidumbre muy grande".


Otra observación que compartieron los especialistas del espacio terapéutico es el "temor a la re-infección que expresan los pacientes dados de alta, lo que los lleva a estar híper atentos a cualquier otro síntoma que pueda aparecer".

Un aspecto que destacaron ambos expertos es que esta sensación de angustia y miedo se prolonga en aquellos pacientes cuyos síntomas o secuelas se prolongan por semanas.

En este sentido, Rosa Bustos expresó que después de 2 meses "todavía hoy me agito cuando camino mucho más que antes; de hecho, tengo que continuar con controles cardiológicos y hacerme una espirometría. La sensación es que no se termina más".

En septiembre, una nota publicada en el New York Times señalaba que una encuesta de la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana de la que participaron más de 1.500 pacientes con COVID-19 prolongada arrojó que 700 dijeron tener ansiedad; 400 expresaron sentir tristeza, y un alto porcentaje dijo experimentar dificultades para concentrarse.

Tanto Calabrese como Amestoy señalaron que más allá de las personas que tienen el diagnóstico, la pandemia ha incidido en la salud mental de toda la población, aumentando niveles depresión y ansiedad, algo que fue advertido también por la OMS.



Abogan por un sistema de salud mental comunitario y mayor presupuesto
Un sistema de salud mental comunitario que esté cerca de las personas que lo necesiten es fundamental para asistir las demandas de la sociedad actual, así como una mayor inversión en el área, manifestaron funcionarios y expertos, al conmemorarse este sábado 10-10 el Día Mundial de la Salud Mental, que este año se ve teñido por la pandemia de coronavirus.

El director nacional de Salud Mental y Adicciones, Hugo Barrionuevo, llamó a "reflexionar y concientizar sobre la importancia de cuidar la mente de manera integral" e invitó a repensar "sobre la manera en que la ciudadanía y los medios de comunicación tratan esta problemática para evitar la estigmatización y discriminación".

El funcionario destacó además la importancia de la Ley Nacional de Salud Mental, al considerar que "la implementación de esta ley tiene que producir una transformación en el sistema de atención hacia un modelo comunitario que permita que los servicios, la atención, estén más cerca de las personas".

En el marco de la pandemia de coronavirus, Barrionuevo precisó que se implementaron líneas telefónicas de apoyo psicosocial para emergencia y desastres; capacitaciones masivas para los profesionales, los miembros de las fuerzas de seguridad y policías y para los bomberos voluntarios destinadas al "autocuidado" personal y de los demás.

Para garantizar los tratamientos durante la cuarentena se impulsó "la atención remota, y se aprobó "una resolución de teleasistencia y autorización de la receta digital" para no interrumpir el suministro de medicamentos, sostuvo el funcionario.

Por otra parte, desde el 0800 Acompañar Salud, se garantizó el acceso al sistema de sanitario y se realizó un trabajo de contención de los trabajadores, explicó a Télam Natalia Schmeil, coordinadora del programa.

"Esta línea de asistencia psicosocial está dirigida a personas con diagnóstico positivo por Covid-19, personas que están esperando el resultado, en aislamiento, personas recuperadas y también a quienes transitan el fallecimiento de una persona allegada", precisó la coordinadora.

Schmeil precisó que este seguimiento permitió que "las distintas manifestaciones como angustia, ansiedad, incertidumbre, miedo y alteraciones en el sueño, puedan tener un sostén emocional y esto tiene un efecto de prevención".

En tanto, el presidente de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA), Santiago Levin, recordó que este año el lema conmemorativo de la fecha evoca "una oportunidad para impulsar el aumento a gran escala de la inversión en Salud Mental".

Levin dijo que "a mediados de mayo de este año, el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el portugués António Guterres, sorprendió con un enérgico llamado a todas las naciones a aumentar la inversión en Salud Mental para enfrentar los efectos mentales y anímicos de la pandemia. Pero no solo para el abordaje del problema en el presente sino también para prepararse para el momento posterior, la pospandemia, en el que probablemente veamos un importante aumento de consultas en el área de la salud mental".

La Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda que la proporción del presupuesto para salud mental en cada país sea, al menos, el 10% del presupuesto general en salud.

"Por desgracia -dijo Levin- tanto en nuestro país como en la región estamos muy por debajo de ese porcentaje. En algunos casos no llegamos ni al 1 o 2% del presupuesto general de salud".

"La pandemia de coronavirus muestra, con notable precisión, todas las fallas del sistema sanitario justo cuando más se lo necesita", afirmó el psiquiatra y consideró "urgente e insoslayable un replanteo del sistema de salud y de la salud como derecho y como valor social".


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