La ciencia del olfato: identifican cómo se altera por la COVID-19 y otras enfermedades
  
Como la pérdida del olfato es un síntoma de la infección por el coronavirus, creció el interés en la investigación científica. Por qué se desarrollan nuevas pruebas.

La atención de la humanidad sobre el sentido del olfato siempre ha sido escasa. También la comunidad médica y científica no le ha dedicado tantas horas de investigación como ha ocurrido con otros sentidos al considerar que los trastornos del olfato tienen efectos poco importantes o por la ausencia de tratamientos. Pero la pandemia del coronavirus cambió todo.

Como uno de los síntomas más frecuentes es la pérdida del olfato en los pacientes, los estudios sobre ese sentido han aumentado. Además, se han resignificado trabajos que han aportado pruebas sobre cómo las alteraciones del olfato -más allá de la COVID-19- afectan la calidad de vida y deterioran la salud porque pueden provocar ansiedad, problemas alimentarios y de peso, y depresión.

Con la pandemia, quedó claro que el olfato no es un sentido secundario. Se está descubriendo que es un indicador importante de nuestra salud. El año pasado, se crearon dos iniciativas grandes de investigación, el Consorcio Global para la Investigación Quimiosensorial (Global Consortium for Chemosensory Research en inglés) y Rastreador del Olor (SmellTracker). Se fundaron para estudiar en detalle lo que sucede con el sentido olfativo con la infección COVID-19. A partir de los datos recopilados durante meses sobre decenas de miles de personas en todo el mundo, han descubierto que las neuronas olfativas son objetivos del coronavirus, independientemente de las variantes que circulen en cada país.

De acuerdo con una de las investigadoras, Sara Spinelli del Laboratorio Sensorial de la Universidad de Florencia, «el aumento de informes de alteraciones en el olfato y el gusto se considera un marcador del aumento muy precoz de casos y directamente relacionado con las hospitalizaciones, así como un índice de la eficacia de las medidas de distanciamiento: apenas 5 días después de un encierro disminuyen los nuevos casos notificados de alteraciones».

En el inicio de la pandemia, se había pensado que el virus atacaba las neuronas olfativas a través de receptores Ace-2. Son los mismos que se usan para entrar en otras células. Sin embargo, Sandeep Datta, neurobiólogo de la Universidad de Harvard, descubrió que estos receptores no son expresados por neuronas olfativas, sino por otras células que las rodean y por células madre que se encuentran en el bulbo olfativo, necesarias para reparar el daño frecuente al que son las células madre. Las neuronas sensoriales olfativas quedan expuestas al estar en contacto directo con el exterior.

A partir del estudio, el Dr. Datta aclaró que el objetivo preciso del virus puede explicar por qué los pacientes que pierden el sentido del olfato tienen trayectorias de curación muy diferentes. En algunos la alteración es solo temporal porque solo se han dañado las llamadas células sustentaculares, que actúan como soporte físico y metabólico de las neuronas.

En cambio, en otros pacientes con la COVID-19, el daño es diferente: las neuronas mueren y pueden reformarse a partir de las células madre en meses, por lo que las anomalías olfativas persisten por más tiempo. En otros, el ataque del virus puede haber afectado a las células de soporte y las células madre. Esto imposibilita el crecimiento de nuevas neuronas y, por tanto, la recuperación de la función olfativa.

El trabajo liderado por el Dr. Datta también explicaría la parosmia y fantosmia, es decir, situaciones en las que el paciente siente que los olores no son correctos -el vino puede oler a gasolina, el champú a moho- o que no existen. Las conexiones nerviosas alteradas por el virus se "reconectan" mal durante la fase de reparación y esto daría lugar a vías de señalización olfativas irregulares.

«Según las investigaciones, la recuperación del olfato es más o menos lenta y completa según las características individuales; es más difícil a medida que aumenta la edad y la gravedad de la enfermedad, pero incluso los jóvenes que han tenido pocos síntomas pueden tardar meses en volver a oler», agregó la Dra. Spinelli.

Con la investigación sobre el olfato, han aumentado también las pistas para mejores tratamientos. «Existe la posibilidad de ayudar a los pacientes a recuperar el sentido del olfato, mediante un proceso de la denominada re-familiarización y kits de diferentes olores a oler para acostumbrarse lentamente: los estudios aún están en curso y hasta la fecha no se sabe qué protocolo garantiza los mejores resultados ni el tiempo necesario para la recuperación completa», señaló la investigadora.

Anteriormente otros investigadores han encontrado resultados que para considerar a las alteraciones del olfato asociadas de diferentes enfermedades. Los cambios en el olfato pueden ser un signo temprano de enfermedades que afectan al sistema nervioso central. Si el daño al cerebro involucra áreas olfativas, la capacidad de oler bien se reduce. Hasta el 38% de los pacientes con esclerosis múltiple y aproximadamente la mitad de las personas diagnosticadas con demencia han tenido signos de pérdida de olfato unos cinco años antes de la aparición de los síntomas neurológicos.

En el caso de la enfermedad de Parkinson, las estimaciones de anomalías olfativas incluso oscilan entre el 45% y el 96% de los casos. Al tener en cuenta al olfato como indicador, en el Reino Unido se ha puesto en marcha el proyecto Predict-PD. Se hace una prueba de olfato para identificar de antemano quiénes podrían verse afectados por la enfermedad.

«La pandemia está dando un nuevo impulso a la creación de pruebas para el olfato, pero de momento no se trata de exámenes que se puedan hacer en cinco minutos en casa, solo», detalló la Dra. Spinelli. Las pruebas validadas que estaban disponible son largas. Se deben oler muchas muestras y se deben interpretar bien para comprender dónde está 'atascado' el sentido del olfato.

En cambio, ahora se buscan crear otras pruebas más sencillas, rápidas y económicas para que puedan ayudar en la detección de COVID-19 y otras patologías o afecciones en las que el sentido del olfato se vea comprometido. En el caso de muchos pacientes con cáncer que se someten al tratamiento con quimioterapia, se han empezado a llevar a cabo programas nutricionales que tienen en cuenta las dificultades olfativas.

La lista de problemas de salud reportados también por una disminución del olfato es larga: ocurre en enfermedades autoinmunes como la artritis reumatoide sino también en la depresión, cuya gravedad es directamente proporcional al encogimiento del bulbo olfativo. Además, a medida que las personas envejecen, el sentido del olfato empeora y después de los 70 años, se estima que una de cada cinco personas ya no sabe identificar correctamente el olor a humo o del gas.

Según la Clínica Mayo de los Estados Unidos, si una persona nota una disminución del gusto y el olfato, debe consultar al médico. «Aunque no se puede revertir la disminución del gusto y el olfato por la edad, algunas de sus causas son tratables. Por ejemplo, el médico podría cambiar los medicamentos si están contribuyendo al problema. También se pueden tratar muchas afecciones nasales y sinusales y problemas dentales», recomiendan.

Si se fuma tabaco, hay que dejar de hacerlo puede ayudar a restaurar tu sentido del olfato. A través de la consulta médica, el profesional de la salud puede derivar la atención en un alergista, otorrinolaringólogo, neurólogo u otro especialista según la situación de cada paciente.
 
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